Bienvenido a ti mismo, a ti misma

Espero que mis testimonios personales como buscador espiritual y como facilitador en procesos de desarrollo humano te sirvan para conseguir el propósito de tu vida : ser mas feliz , y estar mas en contacto con tu paz interior y con la reserva infinita de silencio y amor que te esperan en el interior de tu propio corazón.

Puedo enseñarte a meditar, acompañarte en procesos psicoterapeuticos, indicarte cuales son tus mayores ventajas sicoastrológicas, susurrarte sonidos ancestrales para que entres en tu propia sabiduria. Pero lo esencial es que decidas ya mismo orientar tu vida hacia lo mas significativo :la búsqueda de lo sagrado.

UNA VENTANA ABIERTA HACIA TU PROPIO SER Y TU PROPIA LIBERTAD : www.tumeditacion.com

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una ventana abierta hacia tu alma

lunes, 7 de febrero de 2011

Autobiografía Espiritual


 Escribo estas reseñas autobiográficas, para complementar las hojas de vida publicadas en la página web, y para que los lectores interesados en conocernos puedan hacerse una idea cabal de quienes somos. No nos interesa que tengan una imagen idealizada de lo que hayamos logrado a nivel espiritual, y además resulta util conocer los procesos de búsqueda que otras personas han emprendido. Además, los elementos críticos que inserto en esta autobiografía tienen por finalidad ofrecer un ejemplo de cómo puede ser de poderosa una técnica de  meditación, y a la vez cómo resulta necesario tomar distancia de instituciones que presentan comprensibles fallas humanas, para hacer procesos maduros de crecimiento.

Una foto en un periódico, en la que aparecía  un hombre de aspecto magnético y barba larga ;fue el inicio para  mí de una larga cadena de sucesos que, tal vez ahora, mueren para renacer de una nueva forma. La foto era de Maharishi Mahesh Yogi, el fundador de la técnica de la Meditación  Trascendental, un ser impactante que transformó mi vida.

El aviso en el periódico invitaba a una charla informativa, y era el año de 1980. Fuí a una casa de varios pisos, arriba de la carrera 7 con calle 56, en Santafé de Bogotá. Un hombre de aspecto extraño me abrió el portón:no recuerdo bien qué defecto físico tenía: tal vez era sordo, o jorobado,o hablaba con dificultad. No lo recuerdo bien. En todo caso me dió los horarios para asistir a una conferencia pública, porque por alguna razón no estaban disponibles los profesores de meditación, y la charla programada para ese momento no iba a darse. Pasaron varias semanas, creo. Y luego, finalmente, asistí.

La charla la daba una mujer, y había muchas personas en el salón. El tono era científico y a la vez místico, y eso me gustó. Yo había estado visitando grupos espirituales de toda índole por varios años , pero mi sentido crítico y mi actitud racional no encajaban bien con ciertas manifestaciones emocionales y ciertos devocionalismos. Parecía que había encontrado lo que estaba buscando: un grupo que se mantenía en un sano equilibrio entre lo racional y lo espiritual. Así que sin titubear me decidí a tomar el curso de meditación, y ahorré por varias semanas para pagar la inscripción.

La primera experiencia fue suprema: un profundo estado de relajación y de expansión se hizo presente, casi de inmediato: era el samadhi, la experiencia de la que hablan todos los practicantes del yoga, la que describen como un elevado estado de felicidad interior y pérdida de los propios límites. Yo estaba deslumbrado. Para entonces tenía 16 años. Practiqué un tiempo, sin tener experiencias tan profundas como la primera, pero disfrutando enormemente de haber aprendido a meditar. Comparada esa experiencia con las que había tenido intentando por mi propia cuenta, evidentemente la meditación trascendental era la mas fácil y la más profunda de las técnicas mentales que yo conocía.

Fui de vez en cuando al centro de meditación, a oír conferencias avanzadas y a meditar. Siempre tenía la sensación de entrar a un sitio muy especial, con una energía muy especial. La meditación en grupo era deliciosa. Me fascinaban unas fotos que colgaban en una pared, en las que aparecían varias personas levitando. Yo las miraba y las miraba, a veces buscando el truco fotográfico, otras veces anhelando tomar el curso avanzado, para desarrollar la habilidad yo mismo. Pero ese momento no llegaría sino unos años adelante.

Cuando terminé mi bachillerato, y entré a la facultad de medicina, no saqué tiempo para meditar sino de vez en cuando. Perdí el hábito.Y mis intereses se apartaron aún más, cuando deserté de la carrera médica e inicié mis estudios de filosofía y literatura. Me obsesioné en ser un escritor de renombre, y trabajé muy duro en eso: fuí a talleres de escritores, publiqué cuentos, participé en concursos, y me impuse una disciplina de lecturas y ejercicios, mientras escribía una novela urbana. Pero luego, como estudiante de filosofía, tuve algunos tropiezos con un profesor, a quien critiqué públicamente, y la universidad decidió presionarme sicológicamente para que corrigiera mi conducta o me saliera. Sufrí una especie de persecución por parte del departamento de asesoría psicológica de la universidad, que actuaba en llave con el decano para ejercer medidas disciplinarias ;pero finalmente pude presentarles una imagen de mí mismo menos rebelde y más adaptada, que hizo que el asunto se olvidara y yo pudiera continuar mis estudios.

 Esa crisis me hizo  volver a meditar. Al mismo tiempo, yo formaba parte de      un grupo de estudio interdisciplinario que trabajaba temas científicos, y la serie “Cosmos” de Carl Sagan, que veíamos asiduamente, me causó un impacto profundo :una verdadera conversión epistemológica y actitudinal frente al mundo. En realidad, creo que mi actitud mística hacia la vida la motivó  esa serie de televisión.

Pero esa no había sido mi posición filosófica hasta entonces. Yo había estado imbuido en el espíritu racionalista de la filosofía de occidente (la única que se acepta como “verdaderamente” filosófica en las universidades), y me inclinaba por las corrientes existencialistas. Mis autores preferidos eran Jean Paul Sartre, Martín  Heidegger, Albert Camus, Franz Kafka, Jorge Luis Borges, y todos los escritores del Boom latinoamericano. La novela que escribí mientras hice la carrera de filosofía, tuvo mucho que ver con mi inquietud por encontrar un camino de liberación:trataba de una ciudad infinita, de la que todos querían escapar. Todos los habitantes de esa ciudad eran infelices, atados a un sistema opresivo, pero nadie conocía la salida. Y la salida era interior, pero esto solo se sabría cuando un grupo que vivía en los subterráneos, desconocido por el sistema, revelara unos conocimientos antiguos, preservados durante siglos, que llevaban a los buscadores de la libertad a otra dimensión, donde estarían en contacto con la naturaleza y vivirían felices.

Al tiempo que escribía mi novela, yo  mismo iba encontrando esa ruta interior, espiritual, para la libertad. La prisión del racionalismo y del escepticismo filosófico se abrió del todo cuando, sentado en mi sillón de lectura, y en medio de una práctica de Meditación Trascendental, tuve una experiencia reveladora. De pronto, sin saber por qué, ni cómo, ni cuando; supe lo que yo era verdaderamente: la experiencia era paradójica, porque por una parte estaba intensamente conciente, conciente de mi mismo, y de mi propia existencia. Pero , al mismo tiempo,todo referente relativo de identidad había desaparecido. Lo que yo sentía ser no tenía nada que ver con una posición específica en el espacio o en el tiempo:no tenía edad, ni era hombre o mujer, ni pertenecía al planeta tierra o a algún otro lugar del universo. No flotaba en el espacio, ni tenía cosa alguna que ver con referentes en el espacio. Sin embargo, yo era yo, simplemente era;y no había nada ante mí, nada que yo pensara, o imaginara, o experimentara, salvo yo mismo. Estaba profundamente conciente, y, sin embargo, no era conciente de nada, ni me hacía falta nada, ni esperaba nada. Puesto que la experiencia no implicó un tiempo transcurrido; podría decir que duró un segundo. En realidad, sería más correcto decir que duró una eternidad, que era la eternidad. Era un estado de lucidez, de presencia, de luz, de misterio, de profundidad: por supuesto, las palabras apenas la describen.

Creo que el siguiente sentimiento fué de miedo: tuve miedo de no recordar que otra cosa era, además de esa existencia lúcida que sentía ser. Pero ya la mente estaba en movimiento, ya estaba buscando recordar que otra cosa era yo, porque había una intuición de ser o de parecer ser otra cosa en algún otro sentido, aunque todavía no sabía en qué sentido o que otra cosa podría ser yo fuera de esa luz y de ese silencio y de esa quietud que yo era en realidad. Entonces sentí mi cuerpo, o parte de mi cuerpo, vagamente. Yo no estaba desdoblado, no: no era una sensación de estar fuera del cuerpo, mirando el cuerpo desde afuera, como relatan las personas que han estado clínicamente muertas. No tenía nada que ver con eso, ni con túneles de luz, ni con voces al fondo del tunel : nada de eso. De modo que volver a sentir mi cuerpo no fue como volver de afuera de el, sino como volver de adentro, o mas bien, como “bajar”, pero no “bajar” en el sentido espacial de la palabra. Era como descender de un estado superior a uno inferior, como hacerme conciente de mis aspectos finitos, de mi finitud corporal. Una parte de mí no quería hacerlo, sino permanecer “arriba”, en esa suspensión atemporal del silencio, en esa certeza total de lo que yo soy en verdad, de lo que yo soy en esencia. Y vinieron pensamientos  , que eran como reflexiones sobre la experiencia que estaba teniendo: pensé que acababa de contactarme a mí mismo como el alma que soy, que esa era la experiencia del alma, que eso era el ser, ser lo que soy, y saber vivencialmente lo que soy. Me di cuenta de lo importante que era esa experiencia, y pensé que tenía que recordarla con precisión cuando terminara. Pero todavía no sentía mi cuerpo sino vagamente, y era un poco incómodo volver a ser finito, temporal.  Entonces, por partes, sentí brazos, piernas, pesadez, y respiré: seguramente la respiración se había detenido durante la experiencia, y ahora volvía. El miedo se fue yendo, porque ya me estaba acordando de esas otras cosas que yo era: primero el cuerpo, y luego me fuí dando cuenta de mi edad,   de la habitación en la que había olvidado que estaba meditando, del sillón. Me fui acordando de todo, como por partes: de la universidad, los estudios, mi familia. Y el cuerpo ya estaba allí del todo, pero inmóvil. No quería moverlo, porque, al igual que tras un sueño, pensé que si me movía podría olvidar los detalles de la experiencia, y estaba pendiente de recapitularla con cuidado, para luego poder recordarla. La recapitulé con tanto detalle, y el recuerdo era tan nítido, que solo hasta ahora, casi veinte años después, la escribo: y la estoy recordando con la misma nitidez que cuando la tuve.

Esa experiencia me impactó. Sobre todo, me parecía que toda la información intelectual y teórica que recibía yo como filósofo; no tenía ningún valor al lado de experiencias como esa: pensé en Platón, y en su afirmación respecto a la naturaleza del alma, a la que considera caída en la “cárcel” del cuerpo y del mundo de la ignorancia. me dí cuenta que mi búsqueda filosófica y literaria no tenía sentido si no realizaba vivencialmente mi verdadera naturaleza, y lograba sostener esa conciencia atemporal en medio de mi vida diaria. Pero yo sabía que para eso tenía que meditar más, mucho más; y que la experiencia era solo un atisbo de lo que los practicantes avanzados y los maestros espirituales vivían a diario. Ese “adelanto” espiritual, sin embargo, me confirmaba que el verdadero sentido de mi vida no era pensar más y reflexionar más leyendo a más filósofos ;   sino practicar más meditación y hacer cursos de meditación más avanzados hasta alcanzar el despertar espiritual de modo permanente.

Yo tenía unos 20 años. Entonces mi contacto con el centro de meditación donde había sido instruido, era muy parco. Apenas si iba de vez en cuando a conferencias avanzadas. Pero empecé a ir con más frecuencia, y me obsesioné con ahorrar el dinero para tomar el curso avanzado: las “Sidhis”, que incluía el desarrollo de la habilidad de levitar. Mi novela empezó a decaer: la angustia por alcanzar la libertad, tema central del texto, se fue convirtiendo en la certeza de haber encontrado un método para huir de la urbe. Y los capítulos de la novela se fueron volviendo marcadamente optimistas, hasta convertirse en literariamente mediocres. Entonces dejé de escribirla.

Quise ser consecuente con mi postura, y escribí una tesis de pregrado en la que sostuve que la búsqueda filosófica debe terminar donde debe comenzar una búsqueda superior, verdaderamente capaz de ofrecer solución a la  inquietud existencial de la que surge la vida filosófica. Me basé en el estudio del budismo zen y de la filosofía de Martín Heidegger, centrándome en la segunda etapa del pensamiento de este autor.

Me gradué, y trabajé como profesor en el colegio donde había estudiado:el Gimnasio Moderno. Ahorré dinero todo el tiempo, pensando en viajar a Estados Unidos para hacer una vida de retiro, en lo que dentro del movimiento de la Meditación Trascendental se llama ser “purusha”, es decir, ser una especie de monje, y tener una vida austera, de servicio a la organización, y sin vida de pareja. Yo todavía no me daba cuenta que tal estilo de vida era incompatible conmigo mismo.

Pero no me fui de purusha, sino que , sin pensarlo mucho, terminé metido en un curso para profesores de meditación: un retiro de seis meses, en las afueras de Medellín. Se me dijo que era aconsejable ser profesor antes de ser purusha, y seguí las indicaciones. Yo no había pensado en ser profesor de meditación :mi objetivo era una vida filosófica, centrada en las experiencias de realización interior que confiaba que me otorgaría la meditación y la práctica de los “sidhis”,el curso avanzado en el que se aprendía a levitar (en realidad, solo a saltar sobre una colchoneta, en posición de loto, sin hacer fuerza muscular alguna), que era un curso que había tomado ya, luego de grandes esfuerzos económicos.

Al hacerme profesor de meditación, varias circunstancias me retuvieron en Colombia: la muerte de mi madre, las circunstancias económicas, y lazos afectivos. Trabajé como docente e investigador universitario unos años, volví a ahorrar ; y finalmente gané una beca de trabajo-estudio en una universidad del movimiento de meditación, en Estados Unidos: allí comencé a desmitificar la institución espiritual que tanto yo había idealizado, y a tomar mi distancia respecto a cierto tipo de seguidores de Maharishi. Me empezó a parecer que una cosa era la enseñanza profunda y la altura espiritual que yo le atribuía al maestro, y otra cosa la gente que lo seguía.

No encontré un nivel cultural muy elevado que digamos, en la universidad Maharishi. Había numerosos norteamericanos de clase media, y muchos de ellos eran granjeros o campesinos de la región; según deduje por sus modales y por sus atuendos. Algunos eran norteamericanos que se habían trasladado a vivir en el campus de la Universidad o en el pueblecito en el que funcionaba ,-Fairfield-, para estar más cerca de los cursos y servicios que ofrecía el movimiento de meditación. Una gran parte de la población había tomado el curso de profesores. Por supuesto, había bastante mística hacia Maharishi y hacia sus enseñanzas. En algunos momentos se volvía asfixiante no encontrar a  alguien que pudiera dejar por un momento a un lado el tema de la medicina ayurvédica, o el de la arquitectura védica, o cualquier otro tema védico. La cuadrícula mental predominaba, porque daba la sensación que nadie podía pensar o decir nada que se saliera del contexto de la ciencia védica de Maharishi. Y como yo venía de un ambiente universitario, acostumbrado al debate, a la libre opinión, y a la actitud relativizante del espíritu crítico y liberal propios de una sociedad democrática; me sentí incómodo muy pronto. Era como haber llegado al campus de la verdad absoluta, en donde todos sabían que las soluciones para todos los problemas de la vida individual y colectiva estaban resueltos por la ciencia védica;y solo bastaba ofrecérselos al mundo para lograr que , como decía el slogan, “el cielo descienda sobre la tierra”. Nada tenía que ser, pues ,discutido: bastaba con hacer más investigación científica sobre las bondades del conocimiento védico, y luego difundirlas por el mundo para que guiarán a la humanidad en todos los campos:la política, la economía, la crítica literaria, el periodismo, la administración empresarial, etc.

Por supuesto que yo creía y creo aún en la importancia de difundir tales enfoques. Pero me molestaba que no se les entendieran como enfoques, como perspectivas, como puntos de vista e interpretaciones abiertas a la discusión;sino como verdades reveladas susceptibles de investigación científica que las validara a favor.Y esto tenía y tiene mucho que ver con el papel protagónico que los seguidores le daban y le dan a Maharishi, a su imagen, y a su autoridad. Yo no creo que Maharishi haya querido que en principio su figura y su individualidad se tomen como más importantes que el conocimiento que el ha dado. Pero la tendencia a idealizarlo, a fotografiarlo, y a hacer toda una iconografía alrededor suyo; así como a citarlo en todo momento para sustentar con el principio de autoridad todo cuanto se decía o hacía; me parecía excesiva.

Noté una característica sico-rígida en la gente que vivía y estudiaba en la universidad, para la que no ayudaba nada una formación cultural anglosajona y puritana. Cultura norteamericana: reglas, reglamentaciones, y más reglas. No se podían hacer pinturas de desnudos en la facultad de artes, no se estudiaba sino muy tangencialmente a Freud en la carrera de psicología, no se podían ver sino películas viejas (por estar absolutamente desprovistas de violencia y erotismo) en el cine de la universidad,las mujeres se llamaban damas, y no podían usar pantalones, sino falda larga, en cualquier circunstancia. También estaba prohibido que los que teníamos el status de “gobernadores” (por ser profesores de M.T ) usáramos Blue Jeans, inclusive en nuestros dias libres, y siempre deberíamos estar de corbata, a excepción del domingo. Un día me opuse a la reprimenda de mi jefe en la librería de la universidad –donde trabajaba de cajero-, y le dije que me sentía en derecho de usar Blue Jeans el domingo, por tratarse de mi vida privada, y ella, simplemente, me respondió:”Fernando, no hay vida privada en esta universidad”.

Fue una frase que me dio mucho que pensar, porque era completamente cierta: el concepto de vida privada brillaba por su ausencia en la universidad. Y yo creo que el espacio de la vida privada, que desde la aparición de la burguesía ha sido un constituyente esencial de la sociedad liberal, es un espacio bien importante. El ejercicio de la individualidad –otro avance ilustrado- tiene mucho que ver con el ejercicio de la libertad; y por algo es bien notable que los sociólogos hayan notado una conducta común en gran parte de las comunidades sectarias, ya sean de corte religioso o político: la invasión de lo privado por lo público. El proceso de inmersión de un individuo en la ideología de un grupo consiste fundamentalmente en saturar su vida privada de situaciones y espacios públicos, hasta que estos conquistan toda posibilidad de pensamiento independiente, para que el pensamiento grupal sea el único posible. Yo he visto esa situación hasta en empresas multinivel, en las que los consumidores hacen a la vez de publicistas de productos de toda índole (v gr Amway, Herbalife, Omnilife y otras) y convierten a sus amigos personales en difusores comerciales de ideologías de la prosperidad  y el desarrollo personal. Los niveles de actividad que empiezan a manejar para convencer a todo el mundo de entrar en la cadena de ventas hacen que a veces parezcan una especie de fanáticos religiosos de productos dietéticos y para el hogar,íntimamente motivados por la promesa de un edén financiero que alcanzarán cuando lleguen al nivel más alto de la jerarquía de distribuidores mayoristas.Yo mismo estuve por unas semanas en algunas de esas compañías, y pronto me encontré sin vida privada y obsesionado con el sueño de ser millonario para empezar a vivir; mientras que al mismo tiempo ya no pensaba en mis amigos ni en mi familia sino como eventuales extensiones de la red de ventas, y ya no tenía tiempo para lo que me gustaba hacer y pensar, sino para pensar en hacerme rico para tener tiempo algún día para hacer y pensar lo que me gustara.

Pero el ambiente no es así de exagerado, ni mucho menos, en la universidad Maharishi: solo se le parecía en algún grado. Y, sin embargo, alcanzaba a darme salpullido. En realidad, yo lo había soportado bien hasta entonces. Por ejemplo, cuando hice el curso de profesores, estuve seis meses totalmente inmerso en una rutina grupal de la mayor exigencia disciplinaria: parecíamos soldados, y creo que esa era la intención de nuestros supervisores: que nos comportáramos como soldados de una organización mundial dirigida por Maharishi. El voto de obediencia tenía que ser incorporado, y por eso en muchos cursos de profesores (afortunadamente no en el mío) se recibían órdenes ilógicas y repentinas, como cambiar de habitaciones sin justificación alguna, bajo el pretexto de estimular la “flexibilidad” de los alumnos a las órdenes superiores. Nos levantábamos a las 6 am y nos acostábamos a las 10 PM, con la prohibición de encender las luces después de esa hora; de lunes a sábado. Y el domingo apenas si había tiempo para lavar la ropa y hacer algunas llamadas de larga distancia a los familiares.

Durante el curso de profesores, que se realizaba en el campo, se vestía de corbata todo el tiempo, para adaptar el cuerpo al uniforme ejecutivo que habríamos de lucir de allí en adelante como profesores de meditación –uniforme que se nos aconsejaba no quitarnos en nuestras ciudades de trabajo ni siquiera cuando estuviéramos en espacios no laborales- (alguien podría reconocernos y pensar que somos gente común y corriente si nos viese no encorbatados ), y se nos prohibía caminar a los hombres junto con las mujeres, en la media hora programada para caminar después del almuerzo. Las mujeres se sentaban al lado izquierdo en el salón de clase, y los hombres en el lado derecho; y estaban mal vistas las amistades entre personas de uno y otro sexo, bajo amenaza tácita de expulsión. 

Yo entendí que la disciplina fuera férrea en el curso de profesores, y aguanté el tono marcial y despótico de una de nuestras supervisoras; porque tenía un enorme deseo de hacerme purusha, y porque entendía que se trataba de un curso de “entrenamiento”, como literalmente se llamaba el curso de profesores. Hasta cierto punto, me gustaba que la formación de los profesores apuntara a la estandarización del lenguaje, la imagen y la conducta de los ; porque todo eso estaría bien para mantener alta la imagen corporativa. Y, en todo caso, yo sabía que al egresar volvería a mi entorno  de siempre, y volvería a ser yo mismo: y esa esperanza me dejaba aguantar la represión obvia del entrenamiento.

En la universidad esperaba otra cosa: un ambiente librepensador, es decir, verdaderamente universitario. Pero la gente se sentía tan a gusto con los puntos de vista sobre la vida que ofrecía el movimiento de meditación, que las conversaciones giraban mas bien en torno a las bondades de una u otra cosa que teníamos a nuestra disposición. Y eso era agradable, en la medida en que el excesivo tono  dialéctico y refutativo que yo había vivido como filósofo también me parecía malformativo. Pero yo no encontraba el justo punto de equilibrio: primero un ambiente de confusión, escéptico y relativista, protagonizado por intelectuales inflados y cantinflescos, en mi ciudad natal. Y ahora, -casi casi-, como vivir entre cuáqueros.

La presión grupal es una fuerza increíble: yo empezaba a sentirme culpable de no encajar y de no sentir la misma dicha de haber encontrado la verdad absoluta; pero a la vez me sentía devoto de mi maestro, a quien ni entonces conocía, ni ahora, (2007) , conozco en persona. La fascinación que ejerció y ejerce Maharishi sobre mí es de lo más misterioso e intenso, y fue esa energía la que me retuvo y tal vez me siga reteniendo por mucho tiempo,  a  pesar de las distancias que tengo frente a la institución, las organizaciones, las luchas por el poder, las arbitrariedades de los mandos medios, y el perfil promedio de los seguidores de Maharishi; que me parece peligrosamente a-crítico.

Dos luchan en mi interior: el filósofo, librepensador; rebelde y crítico,defensor de la individualidad, receloso frente a toda actitud dogmática; y el devoto de su maestro, obediente, entregado de corazón a una búsqueda espiritual que cree sinceramente que se saciará mediante el ejercicio del discipulado. Pero me dá risa pensar que como yo ha de haber muchos: no todo el mundo tiene la suerte de encontrar a un maestro espiritual y de tener una relación directa con el. A mi me tocó por televisión, y ese es el problema: que no se conoce bien por televisión a nadie. De pequeño, me encantaba la serie de Kung Fu, protagonizada por David Carradine. Y entonces el anciano ciego fue el vaso en el que vertí mi necesidad de un maestro. Luego fue Lobsang Rampa, con tantos libros-novela cuya autenticidad luego supe que estaba en tela de juicio.La lectura de Hermann Hesse, y particularmente de su novela Sidhartha;cambió mi vida: desde entonces supe que el objetivo de mi existencia era experimentar la liberación interior. Luego la imagen de san Francisco de asís, de Jesús el Cristo, de Gautama Buda; fueron particularmente motivadoras para mí. Y finalmente escogí maestro espiritual por afiche, por video, y por libro: tomé la decisión de seguirlo a partir de la emoción que me producían sus palabras, sus sonrisas y sus manos en un curso de 33 películas de video: el curso de Ciencia de la inteligencia Creativa. La lectura de “La ciencia del ser y el arte de vivir” , que hice 5 veces en unas vacaciones cuando estudiaba filosofía; me dió una comprensión del mundo y una convicción completa sobre la fortaleza del camino que iba a emprender como discípulo suyo. Creo que esa convicción sigue incólume, pero no deja de ser simpático lo que resulta siendo el camino espiritual en la era de las telecomunicaciones: un asunto mediado por imágenes televisivas. El curso de profesores me lo dictó maharishi, pero en videos. Y aprendí el vuelo yóguico, en el curso de Sidhis, mediante videos. Será por eso que , medio en broma, una hermana mía me decía que no creyera en nada, que todo cuanto yo creía no era más que un montaje de Hollywood pagado por una multinacional espiritual.

Hay algo de cierto en el chiste: yo no tengo la experiencia directa de Maharishi, sino una imagen mediada por grabaciones en las que obviamente se muestran las mejores facetas del protagonista. Desconozco sus facetas “humanas”, como la desconocían casi todas las personas que me acompañaban en la universidad Maharishi. Y eso significa que tal vez todo el tiempo sea el una persona tan elevada, amorosa y serena como la de los videos; y tal vez no siempre. Tal vez nunca tiene sentimientos y actitudes egoicas, como parece ocurrir en los videos;o tal vez la gloria y fama que ha ganado en 40 años de publicidad en occidente  hayan afectado su    gracia y su humildad iniciales, que me conmocionan tanto.  No lo sé. Prefiero suponer que es así, que es un maestro perfecto, totalmente realizado y totalmente iluminado, pero se trata solo de  una preferencia, de un sentimiento que yo tengo y que me hace sentir más a gusto, menos inseguro, más confiado. Sin embargo, no lo sé. Y entonces es cuando debo comenzar a distinguir entre mi propio arquetipo del maestro, que proyecto desde niño en personajes de seriados de televisión; y el ser que se llama Maharishi, de quien he oido hablar algo, pero a quien no conozco ni en persona, ni íntimamente.

En las tradiciones de oriente , en la época en la que la relación discipular era directa –hoy en día las excepciones són contadas-,el aspirante espiritual tenía la posibilidad de evaluar de manera permanente la conducta y el estado de conciencia del maestro. Eso es imposible para los que ,como yo, quedamos en la clasificación de discípulos virtuales: nos fiamos de una imagen y de una voz grabada, y le confiamos a ella nuestras esperanzas más profundas y el anhelo más esencial: el de la liberación espiritual. Por supuesto que hay otra fuente de información: los relatos sobre el maestro que hacen quienes han estado a su lado, o los de los que han estado al lado de los que han estado a su lado : pero uno corre el peligro de  no tener una adecuada versión estando al final de la cadena.

Una vez me hice profesor de meditación pasé imperceptiblemente a convertirme en un funcionario del movimiento internacional .Primero trabajé en un centro de meditación de unas colegas, y luego fundé el mío propio. El trabajo consiste básicamente en seguir unos formatos de manejo de las situaciones  que tiene que enfrentar un profesor de meditación para hacer bien su oficio, es decir, para representar a Maharishi y a su organización: dar charlas introductorias que motiven a tomar el curso de meditación, hacer iniciaciones a las personas inscritas cantando una recitación en sánscrito en la que se invoca a los maestros de la tradición , dar un mantra o sonido en esa misma ceremonia para que la persona medite con el,chequear que las experiencias de meditación y el manejo de las mismas sea el adecuado,y hacer unos procesos de seguimiento y atención que consisten básicamente en dar conferencias semanales avanzadas a los meditadores, organizar cursos de retiro, y promover los cursos y actividades de la organización.

Mas o menos desde 1998 el movimiento de meditación empezó a promover entre todos sus miembros la firma de un documento que se escribió para evitar que sucediera con alguien de la organización, lo que había sucedido con Deepak Chopra. Este médico de origen indio, había sido el conferencista estrella del movimiento de meditación, y uno de los principales difusores de la medicina ayurveda en occidente. Pero, al parecer por no querer representar un partido político abanderado de las propuestas de la sociedad internacional de meditación, fué despedido de la organización al tiempo que se convertía en una figura independiente, y muy exitosa. Sus libros están atravesados por la filosofía védica, de modo que puede decirse que así como Maharishi es un traductor de los vedas a la mentalidad científica de occidente, Chopra ha sido un traductor genial de las ideas de maharishi. En muchos sentidos Chopra logró el nivel de popularización de ideas y prácticas que siempre quizo tener maharishi.

La organización, celosa del éxito de Chopra, quizo evitar otras disidencias similares. Entonces obligó a sus miembros más activos a firmar un documento en el que cada quien se comprometía a hacer valer y respetar las marcas y patentes de todos los productos registrados a nombre de la organización:desde la meditación trascndental, hasta los medicamentos del ayur veda. Desde el punto de vista jurídico, creo que tienen todo el derecho:hay marcas que deben respetarse.Pero la organización confunde el derecho sobre una marca legalmente registrada, con el derecho sobre ideas, prácticas, principios y leyes espirituales. No puede pretenderse propiedad sobre asuntos espirituales, ni sobre conceptos , ideas o prácticas de desarrollo personal;sino solo sobre los formatos de presentación, difusión y publicidad que se estandarizan a nombre de determinada organización.

Sin embargo,  la organización pretendía que en el documento se firmara que bajo ninguna circunstancia  el firmante, dado el caso de que se saliera de la organización de Maharishi; daría enseñanza alguna de tipo filosófico o espiritual, lo que equivale en Colombia a renunciar a los propios derechos constitucionales de libertad de enseñanza, libertad de pensamiento, y libertad de conformación de sociedades o grupos. Renunciar a un derecho constitucional es imposible, legalmente hablando. Pero lo grave es que a uno le pidan que lo haga:es algo verdaderamente indignante, y aunque no tuviera efectos legales, porque de todos modos uno conserva siempre los derechos ciudadanos que posee, en todo caso es un asunto de dignidad no firmar un documento en el que alguien le pide a uno que haga tal cosa. Así que no firmé.

Entonces se dieron las circunstancias para que el anhelado viaje a la India, que había sido mi sueño desde adolescente, se pudiera realizar.Sobre este viaje elaboré un diario bastante detallado (disponible también en la página web) en el que solamente omití circunstancias emocionales que no tienen relación directa con esta narración sobre mi búsqueda interior. Fue un viaje que coincidió con varios hechos simultaneos, que yo atribuí muy ligados a un tránsito astrológico de plutón, el planeta que simboliza la muerte y la resurrección. Y eso fue esa época: un completo proceso de cambios internos y externos. Mi hermana mayor murió de cancer poco antes de partir yo para la india, mi hija de 7 años se mudó a Hawai a vivir con su madre y su padrastro ( yo había tenido un corto matrimonio años atrás), mís vínculos con la organización de Maharishi  tambaleaban, y a todo esto se sumó una ruptura afectiva.

El momento era perfecto para darle a mi vida un giro, y de pronto llegó el dinero para poder viajar. Hice contacto con un Swami ( maestro espiritual) que venía con frecuencia a Colombia (Swami Brahmdev), y asistí a un trabajo grupal que se realizaba en Villa de Leyva. Todo me mostraba que había otras rutas para hacer mi proceso interior. En varias entrevistas con Swami, logré cierta distancia crítica de la organización de Maharishi ,a la vez que vislumbré el “sadhana” (camino hacia la realización) de los seguidores de Shri Aurobindo, un maestro espiritual ya fallecido que goza de gran reconocimiento entre los buscadores Indostánicos. En cierto modo, fue como si estuviera comenzando de nuevo mi búsqueda espiritual, por un nuevo camino, ahora con otros paradigmas. La escuela de maharishi enfatizaba en la pràctica continua de la meditación para alcanzar la conciencia espiritual. Swami insistía en un trabajo más activo, de parte de uno, para abrirse a la gracia o intervención divina.

Profesionalmente hablando, el propósito del viaje a india era traer conocimientos espirituales que pudiesen abrir nuevos horizontes y nuevos enfoques sobre el desarrollo humano; además de los que yo venía divulgando a nombre de la escuela de Maharishi. Hice contacto con la escuela de Osho, en la ciudad de puna; y con diversas corrientes budistas, en la ciudad de Dharamshalla, una colonia tibetana en territorio de india, donde vive el Dalai lama, que es la máxima autoridad de la dispersa y perseguida nación del Tibet.
Estos contactos sirvieron para enriquecer el plan de estudios del centro que yo dirigía, que pasó a llamarse “Centro de Desarrollo Transpersonal”, por su nuevo enfoque, ya no limitado a las enseñanzas de  la escuela en la que me formé, sino abierto a un diálogo pluralista, abierto, y librepensador sobre el potencial del ser humano. Así que cuando volví a Colombia, luego de seis meses de travesía, mis puntos de vista estaban reformulados, enriquecidos, y listos para vertirse en una nueva dinámica de enseñanza.

Desde tiempo atrás me había interesado la psicología transpersonal, corriente alternativa en psicología muy ligada a los avances revolucionarios de la escuela de Esalen, del movimiento para el desarrollo del potencial humano; y de otras tendencias vanguardistas norteamericanas. De hecho, yo ya venía formándome en otras profesiones de ayuda paralelas a la de profesor de meditación, y afines a la psicoterapia. Por ejemplo, en 1992 me había graduado en “renacimiento”, una terapia de reprogramación emocional , y en otros años había aprendido diversas herramientas de sanación (reiki, cristaloterapia, etc). Entonces sentí que ya era hora de formarme como psicoterapeuta en forma profesional, e ingresé a una especialización que por su intensidad horaria (500 horas) resultó siendo mas bien una especie de maestría en psicoterapia integradora y transpersonal.

Esta experiencia formativa trajo a mi búsqueda filosófica y espiritual elementos de gran importancia. Puesto que el énfasis del trabajo era la propia transformación e introspección psicológica, fué un permanente proceso de confrontación con mi propia imagen, con mis propias máscaras caracterológicas. El trabajo gestáltico en grupo, las terapias individuales, y los intensivos talleres de autoexploración e introspección; generaron cambios que realmente me colocaron en otra disposición y en otra actitud hacia el tema del desarrollo espiritual o transpersonal. Resumido, creo que el efecto fue una especie de actitud “aterrizada” con respecto a mi mismo y a la vida interior. Si, cuando formaba parte de la escuela de maharishi, me parecian demasiado quijotescas  e idealistas muchas de sus propuestas, ahora con mayor razón entraba yo en razón sobre muchas ingenuidades y malentendidos que eran comunes en la contracultura de la “Nueva Era”, de la que ahora con más criterio todavía estaba yo tomando distancia.

Empezé a trabajar como psicoterapeuta, a complementar ese trabajo con hipnoterapia clínica. Surgieron vínculos con medios de televisión que me ayudaron en mi imagen pública; y en definitiva se abrieron nuevos espacios de proyección en mi vida. Desde el año 2002 hasta el momento en que escribo este texto ( 2007) toda una revolución ha tenido lugar en mi forma de ver el trabajo de crecimiento espiritual. Mi nueva actitud es más serena, mas cautelosa y al mismo tiempo más abierta. La meditación , que ahora llamo “Meditación Transpersonal” sigue siendo un eje fundamental en mi camino, y mi relación con la escuela de Maharishi y mis colegas de entonces es amistosa, respetuosa, y cordial. Pero me desligué administrativamente, y dejé de representar oficialmente a la escuela desde el año 2002, lo que me dió las libertades y los espacios que necesitaba para actuar, investigar y enseñar con un enfoque más abierto, menos sujeto a reglamentaciones que sentía demasiado limitantes para mi forma particular de ser y de sentir.

Creo que todo este nuevo período de trabajo ha de plasmarse en un segundo libro, que me encuentro actualmente produciendo, para dejar registro de los nuevos puntos de vista que he ido adquiriendo. Mi primer libro publicado “El Retorno a lo Sagrado” compendiaba los paradigmas que contextualizaban buena parte de las inquietudes espirituales alternativas de corte “Nueva Era” :física cuántica, paradigma holográfico, sexualidad tántrica, filosofía ecológica, rescate de lo femenino, etc. Pero la lectura de autores transpersonales como Ken Wilber y Morris Berman, la experiencia personal en psicoterapia tanto en calidad de paciente como de terapeuta, y las incursiones que sigo haciendo; me están llevando a una concepción nueva, más amplia, complementaria pero más madura, menos ingenua pero no por ello menos esperanzadora, del proceso de la evolución humana en este planeta. El contacto que he tenido, por ejemplo, con Claudio Naranjo (considerado uno de los forjadores de la cultura psicoterapeutica alternativa en Estados Unidos ) y sus talleres de re-educación integral (“SAT”) vierten nuevos elementos que aspiro a integrar en mi visión del mundo, y en mi pràctica como psicoterapeuta y profesor de meditación. La influencia directa y personal de Claudio y de sus ideas, así como  la extraordinaria síntesis que ha hecho de las tipologías de la neurosis inspirada en el modelo del “eneagrama” ha tenido una particular importancia para mí en el año 2007.


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